El otoño y sus lecciones.


En el transcurso de la vida acumulamos muchas cosas
en nuestra casa, en nuestro pensamiento, en nuestro corazón.

Las cosas materiales ocupan espacios físicos concretos.
Aunque no menos concretos
son los espacios espirituales ocupados por las cosas materiales,
ya sea en forma de necesidad, posesión, celo, recuerdo, apego…
Por ejemplo, un corazón apegado a un recuerdo
ordena al pensamiento atesorar ese objeto tan preciado,
y él, a su vez, encuentra todas las
razones lógicas, consistentes, indudables e irrefutables
para no perder lo que se posee.

El temor a la pérdida,
el temor al vacío,
son el combustible de la maquinaria cerebral.

¿Es el otoño quien desnuda a los árboles?
¿O son los árboles los que renuncian a sus
vitales proveedoras de alimento, para adaptarse al cambio de estación?

¿Son las circunstancias las que nos modifican?
¿O somos nosotros los que activamos
nuestro potencial de adaptabilidad ante las circunstancias?

¿Qué pasaría si lo perdiera todo?
El vacío nos enfrentaría con nosotros mismos, con nuestra vacuidad.

Tal vez, ése llegara a ser un comienzo para vivir en lo esencial,
aún en medio de las cosas temporales
que la era contemporánea nos brinda.

El desapego es una gimnasia básica para la conciencia.
¿Qué me ata? ¿De qué me tengo que deshacer? ¿Qué podría regalar?
Tenemos tres meses otoñales para ejercitarnos.
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